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La actividad de formación se basa sobre una exigencia dinámica, intrínseca al carisma ministerial, que es en sí mismo permanente e irreversible.
Aquella, por tanto, no puede nunca considerarse terminada, ni por parte de la Iglesia, que la da, ni por parte del ministro, que la recibe.
Es necesario, entonces, que sea pensada y desarrollada de modo que todos los presbíteros puedan recibirla siempre, teniendo en cuenta las posibilidades y características, que se relacionan con el cambio de la edad, de la condición de vida y de las tareas confiadas. <<regresar |